Carta a Marco Antonio

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35 noviembres sin usted[editar | editar código]

Por: Lucrecia Molina Theissen 

Querido Marco Antonio, amor de mi vida, amargo y duro, ausencia que corroe mis entrañas y, sin embargo, amor: 

Se acerca el 30 de noviembre, una fecha agridulce en la que durante un tiempo demasiado corto festejamos su cumpleaños. Este serían 49, ¿verdad?, de una existencia muy plena y feliz si le hubieran dejado vivirla. 

Quisiera celebrar sin lastres y echar el alma al vuelo porque tuve un hermano como usted, como todos los hermanos y hermanas, a quienes se les quiere porque son los nuestros. Pero, ¿a quién se recuerda en el cumpleaños de un desaparecido o desaparecida? ¿Para quién es mi abrazo? ¿A quién sigo queriendo tras los 34 años transcurridos desde que nos fuera arrebatado por el odio? ¿Celebro por trigésima quinta vez sus 14 años o los 49 del hombre que no le dejaron ser? ¿Celebro su vida o lloro una vez más por su ausencia? ¿Es una fecha feliz o es otra de esas que se me clavan en el alma cuando me acerco a mis abismos? 

El 30 de noviembre es todo eso ineludiblemente. En esa fecha, en 1966, usted llegó a una familia que lo amó absoluta e incondicionalmente, de la forma en que deben ser amados todos los niñas y niñas del mundo. Guardo retazos de ese día, seguramente ventoso, soleado y fresco, como eran entonces los noviembres. Mi mamá bañándose a las cuatro de la mañana. Su amplio blusón de tela a cuadros blanco y negro con un botón grande, brillante, en el cuello. La prisa para alistar a las tres niñas y subirlas al carro de un vecino que nos dejó donde doña Julia y se la llevó a ella al “materno”, el hospital del IGSS donde nació varias semanas después de la fecha en la que era esperado (¿se negaba a venir a este mundo, a ese país donde lo hicieron víctima de uno de los crímenes más repudiables?). Después de un día o dos, el regreso a la casa, a esperarlos. Y verlo a usted por primera vez, un muñequito de carne y hueso parecido al de los juegos, excepto por el color de los ojos. 

Bien recibido, bien amado, bien cuidado y consentido al inicio de su vida tan breve y durante sus años tan escasos -no llegó a cumplir los 15, al menos no con nosotros, su familia-, ese tiempo ahora se suma a los 34 de no-vida, una tortura permanente para quienes quedamos de este lado, que seguimos respirando pese a la sombra en la que se transformó cuando el tiempo de su ausencia superó al que estuvo con nosotros con el paso de los días, los años, las décadas. 

Si hubiera sabido que iban a ser tan pocos, hubiera atesorado los recuerdos de cada 30 de noviembre y los de cada día que lo tuvimos con nosotros. Guardaría cada palabra dicha por usted, desde la primera hasta la última, antes de que los cobardes que se lo llevaron le sellaran la boca y lo engrilletaran al sofá. Cada gesto, cada lágrima y cada momento de alegría estarían junto con sus dientes de leche, sus dibujos, cuadernos y juguetes. Cada cosa que pasó por sus manos sería parte de esa preciosa carga. 

No fue así. Esos silencios largos con los que me responde la memoria cuando la interrogo acerca de su vida me obligan a sondear bajo capas y capas de amargura y desesperanza para extraer alguna huella de su paso por mí, algún momento para endulzar este día que, como todo lo suyo, está envuelto en tristeza. 

El año pasado, por primera vez en todo este tiempo, nos reunimos para su cumpleaños. Fue imposible dejar afuera la tristeza, pero logramos vernos a los ojos, decir su nombre en voz alta, cantarle el “feliz cumpleaños” y abrazarnos sin caernos a pedazos. 

Este año también celebraremos su vida y nos entristecerá su no vida y, como cada día, reivindicaremos su derecho –y el nuestro- a la verdad y la justicia, que le pertenecen por entero y que siguen desaparecidas junto con sus restos. 

Fuente: http://cartasamarcoantonio.blogspot.com/2015/11/35-noviembres-sin-usted.html

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